El Crackómetro (48) Luka Modric: Balón de Oro a un lustro de fútbol

Luka Modric: Balón de Oro a un lustro

Texto: La Galerna - Antonio Valderrama 4 diciembre, 2018


Luka Modric ha ganado el Balón de Oro. A principios de temporada también le dieron el The Best, de la FIFA. Es el primer futbolista que gana alguno de estos premios desde hace diez años y que no es ni Messi ni Cristiano. Esto es importante y no puede pasar desapercibido. Modric ha roto la dinámica salvaje, acaparadora, de los dos mejores futbolistas de la Historia. Quedará eso en los anales, no fue un jugador cualquiera, un Sneijder que floreció un año y ganó un triplete: fue Luka Modric, el secretario de Estado del equipo que tiranizó la Copa de Europa durante un lustro.

Porque el Balón de Oro que ayer recibió el croata es un premio comunal. En varios sentidos. El primero, el sentimental. Todo el madridismo abrazó ayer a Modric. El calado emocional de este jugador entre la hinchada más voluble y pasionalmente extraña del mundo es una cosa digna de ver. El segundo sentido comunitario del premio tiene que ver con la jerarquía de su Madrid. Hasta ahora los galardones individuales se los había llevado todos Ronaldo, seguramente todos merecidos. Ronaldo era la proa del tetracampeón de Europa, el símbolo, su representación dramática y extrema: el goleador, el héroe, también el villano. Una vez Ronaldo ya no está, los premios, como si se democratizaran, van a Modric y se realiza una transferencia simbólica, del hombre con superpoderes a la estructura que sostuvo (y todavía, sostiene) a ese equipo legendario, déspota de Europa.

Seguramente esta no ha sido la temporada más brillante de Luka Modric en cuanto al juego y a la regularidad. Sin embargo, ha sido, sin duda, la más prolífica y lujosa: campeón de Europa con el Madrid, por tercera vez consecutiva además y cuarta en cinco años, y finalista de la Copa del Mundo con Croacia, nada menos. Se pueden admitir réplicas a que le concedan el The Best y el Balón de Oro: probablemente el Madrid no habría sobrevivido contra el PSG ni la Juventus sin Ronaldo, amenaza eterna contra Bayern y Liverpool aunque no ejerciera de matador, etcétera. Pero la cuestión del Balón de Oro se desdobla también en otro sentido, de club, de estatus: ha sido irse Ronaldo del Madrid y dejar de contar para estas cosas, sin variar un ápice su influencia como jugador en los éxitos de su equipo. Es decir, desamparado, fuera del edén que Florentino construyó para este Madrid campeón, el planeta fútbol se ha olvidado de él y ha decidido centrar sus alabanzas en lo que había a la espalda del gigante, o sea, el Madrid de los (demás) jerarcas. Tan grande resulta la creación florentinista que Messi ni siquiera cuenta; no sólo su Real tetracampeón ha diluido el efecto de la Era Messi sobre el terreno de juego, acumulando chapa y gloria, sino que ha borrado al argentino del mapa donde se luce el star system del fútbol mundial.


No se puede olvidar la final de Kiev. El mundo contempló extasiado la jugada del 2-1. Terminó en una chilena prodigiosa de Bale, un trueno de Júpiter, sin duda hermoso y terrible por lo que tuvo de devastador, aniquiló la fe del Liverpool. Pero hay que fijarse en la jugada. El Madrid menea la pelota de lado a lado del campo ante la presión altísima de los ingleses. No la pierde. Hay un punto sobre el que gira el artefacto: Modric. La jugada es la sublimación del guardiolismo. El Madrid sobrevivió a la solución final ideada por el Pep y Xavi Hernández y una vez logró sacar la cabeza adquirió la noción de que aquello era necesario para vencer: todos los imperios incorporan lo que más daño les hizo de su peor enemigo, lo integran, lo asimilan y lo desarrollan. Modric es eso. Modric llegó al Madrid por un empeño personal de Mourinho, que acababa de derrotar al Barcelona de Guardiola en la Liga de los 100 puntos y sabía que el upgrade, como decía él, pasaba necesariamente por articular un fútbol como aquél. Ni con Xabi ni por supuesto con Khedira (s) bastaba. En esa jugada de Kiev Modric lleva el balón aquí, allá y acullá, y todo parece una sinfonía, todo está en el lugar correcto y los de rojo persiguen fantasmas como un día unos desgraciados de blanco persiguieron espectros en el Camp Nou. Era el final del trayecto. El gol lo firmó Bale y fue una preciosidad pero la artesanía correspondió al pequeño príncipe croata, que llevó la jugada hasta el costado de Marcelo después de acunarla como a un recién nacido hasta que finalmente, dormido, pudo ir a acostarse al lecho de los elegidos.

Que haya ganado Modric no sólo un Balón de Oro sino éste Balón de Oro también tiene una importancia cultural que no se puede desdeñar. Lo ha ganado Modric y no Xavi. Lo ha ganado un centrocampista. Durante años la prensa española dio una murga intolerable pidiendo el Balón de Oro para Xavi o para Iniesta, creo recordar también algunas voces desquiciadas que lo pedían conjuntamente para los dos, algo disparatado. Se dio por hecho aquí, sobre todo tras el Mundial de 2010, que el fútbol español era lo que la democracia liberal para Fukuyama, el final de la Historia, el non plus ultra. Modric llegó a España y se puso la camiseta naranja, en la temporada de la Décima, y fue como si jugara Cruyff para el Madrid. Después de apropiarse de esa figura romántica, fundacional del barcelonismo moderno, Modric gana lo que no pudieron ganar los dos grandes tótems del estilo y de la fuerza literaria del gran adversario: Modric es la venganza total del madridismo contemporáneo, la certeza absoluta para Florentino de que su idea del Madrid y de fútbol era la correcta. Florentino tenía razón.

Modric no conectó de primeras con el Bernabéu, quizá tampoco con el madridismo universal. Desde luego no ha conectado nunca con los trovadores del fútbol español, es decir los periodistas. Alfredo Relaño, sin ir más lejos, director del segundo gran periódico deportivo de este país y votante de France Football para el Balón de Oro, lo puso en tercer lugar de su lista. La ristra de desprecios a Modric por parte de periodistas es interminable. Sólo los ha rendido la acumulación numérica de proezas deportivas. Modric tampoco fue titular en el equipo hasta prácticamente las semifinales contra el Borussia. Su partido de vuelta en el Bernabéu, en un ambiente apocalíptico, fue emocionante. Aquel día el Madrid perdió el boleto para la final de Wembley pero se sintió en el ambiente que algo comenzaba con aquel croata bajito y narigudo que parecía patinar sobre la pradera de Chamartín. Lo suyo con la hinchada ha sido un enamoramiento, no a primera vista, ha sido una cosa mucho más profunda, una conexión gradual desde la admiración y desde la razón: a ciencia cierta todo el madridismo reconoce que sin Modric el Madrid es otra cosa peor, mucho peor.

Con Modric pasa un poco como con Iniesta. Suele fluir en la sala de máquinas del equipo, suele ser el Big Bang, apenas suma asistencias o goles, salvo días puntuales. Parece que no está pero cuando de verdad no está todo el mundo nota una mancha oscura en mitad del televisor, un cráter. Hay un número que es difícilmente contestable. Luka Modric no ha perdido ninguna eliminatoria de Copa de Europa con el Madrid desde aquella de 2013. Cuando la Juve eliminó al Madrid en 2015 él no estaba en el campo, no pudo jugar aquel partido. El Balón de Oro de 2018 es un poco el premio al Madrid de los jerarcas, al Madrid de Luka Modric.

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