Ahora que anda Brad Pitt haciendo de su Sherman un nuevo El Álamo en la lamentable parte final de 'Fury' recordamos la película israelí 'Lebanon', dirigida en 2009 por Samuel Maoz y ganadora del Festival de Venecia del mismo año. Ambientada durante la primera invasión israelí de Líbano en 1982 esta claustrofóbica cinta nos muestra 24 horas dentro de un tanque del ejército hebreo en aquel conflicto.
Tiene un inicio espectacular: unos soldados del ejército israelí encerrados en un tanque a plena luz del sol, en pleno campo de batalla y a la vez en plena naturaleza comienzan a vivir un estremecedor día de guerra. Su ritmo, ansioso e intranquilizador, se une a unos personajes perturbados que poco pueden hacer más que seguir una serie de erráticas directrices impuestas de una forma u otra.
Si bien podría haber sido más redonda en su desarrollo, poco hay que reprocharle a esta valiente película, que, pese a su alto componente dramático, no esconde su etiqueta bélica en ningún instante. Nos hace asomarnos al infierno a través de la angustiada mira de un cañón, a una lucha guerrera y psicológica de infarto, para hacernos ver algo más (o menos) aberrante de lo que ya nos tienen acostumbrados los videojuegos y telediarios. En el reducido espacio en el que se mueve no caben la exaltación del sacrificio por unos valores o una religión, en este escenario de caos, desesperanza y ruina moral todos pierden.
FilmAffinity 20 de agosto de 2010
Tiene un inicio espectacular: unos soldados del ejército israelí encerrados en un tanque a plena luz del sol, en pleno campo de batalla y a la vez en plena naturaleza comienzan a vivir un estremecedor día de guerra. Su ritmo, ansioso e intranquilizador, se une a unos personajes perturbados que poco pueden hacer más que seguir una serie de erráticas directrices impuestas de una forma u otra.
Si bien podría haber sido más redonda en su desarrollo, poco hay que reprocharle a esta valiente película, que, pese a su alto componente dramático, no esconde su etiqueta bélica en ningún instante. Nos hace asomarnos al infierno a través de la angustiada mira de un cañón, a una lucha guerrera y psicológica de infarto, para hacernos ver algo más (o menos) aberrante de lo que ya nos tienen acostumbrados los videojuegos y telediarios. En el reducido espacio en el que se mueve no caben la exaltación del sacrificio por unos valores o una religión, en este escenario de caos, desesperanza y ruina moral todos pierden.
FilmAffinity 20 de agosto de 2010
La primera imagen de Lebanon muestra un campo de girasoles mustios: incapaces de levantar su mirada hacia un sol que todavía no llega a imponerles su fuerza. Inmediatamente después la cámara se va hacia el interior de un carro de combate israelí y se queda encerrada allí, adentro del tanque, junto a los cuatro soldados (más algún otro hombre que circunstancialmente entra al rinoceronte, clave utilizada para denominar a ese tanque en las comunicaciones militares). Así durante todo el tiempo que dura la película del director israelí Samuel Maoz. Por más de noventa minutos quien mira acompaña el encierro de un día de esos hombres durante la invasión al Líbano de 1982. Hay tres ojos diferentes que se entrecruzan las miradas: los ojos del tanque, cuyos visores sirven para ajustar la puntería de sus balas y sus cañones y también para atrapar el horror de afuera y meterlo adentro; los ojos de la cámara, en el interior del tanque, en sus rincones, enfocando los rostros, las botas, el lubricante derramado, ojos que no sólo se utilizan para mirar: la cámara capta también los aromas de ese interior abarrotado: olor a diesel, a sudor humano, a sangre, a miedo; y nuestros propios ojos frente a la pantalla, ojos que no son precisamente los que mejor y más pueden mirar, pero son los únicos que de verdad pueden ver lo que los otros miran.
He leído que Lebanon es una película antibelicista. No me atrevería a afirmarlo, diría sí, que es angustiante. He leído después que la película tiene demasiados golpes bajos, que su director Maoz estuvo dentro de uno de esos carros de combate cuando tenía veinte años, durante la invasión israelí, que los miedos de los soldados en el interior del tanque expresan los antiguos temores del director. Habrá que aceptar que los soldados israelíes, además de una reiterada costumbre de sacarse fotos con sus prisioneros árabes como souvenir de guerra, también suelen tener miedo. Una hora y media o un día completo adentro de uno de esos tanques, con los cuerpos encogidos, meando en latas, viviéndose como una excrecencia del exterior, achica las esperanzas de cualquiera. De nada sirve el último cuadro: el tanque, capturado por primera vez desde afuera, detenido en medio del mismo campo de girasoles mustios del inicio de la película. El rinoceronte rodeado del amanecer. No hay redención. En la lógica de las invasiones y de las guerras el amanecer no existe.
He leído que Lebanon es una película antibelicista. No me atrevería a afirmarlo, diría sí, que es angustiante. He leído después que la película tiene demasiados golpes bajos, que su director Maoz estuvo dentro de uno de esos carros de combate cuando tenía veinte años, durante la invasión israelí, que los miedos de los soldados en el interior del tanque expresan los antiguos temores del director. Habrá que aceptar que los soldados israelíes, además de una reiterada costumbre de sacarse fotos con sus prisioneros árabes como souvenir de guerra, también suelen tener miedo. Una hora y media o un día completo adentro de uno de esos tanques, con los cuerpos encogidos, meando en latas, viviéndose como una excrecencia del exterior, achica las esperanzas de cualquiera. De nada sirve el último cuadro: el tanque, capturado por primera vez desde afuera, detenido en medio del mismo campo de girasoles mustios del inicio de la película. El rinoceronte rodeado del amanecer. No hay redención. En la lógica de las invasiones y de las guerras el amanecer no existe.
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