"Cometemos tres errores: infravalorar la cantidad de información que producimos cada día; despreciar el valor de esa información; pensar que nuestro principal problema es una agencia distante y superpoderosa que se llama NSA".
"Nuestros teléfonos cada cinco minutos está diciendo "Estoy aquí", "Ahora estoy aquí". Esto no tiene precedentes".
"Cuando te dan una tarjeta de puntos, tú lo que estás haciendo es decirle a una empresa quién eres, dónde vives, cuánto ganas, cómo te lo gastas, qué comes, cuántos hijos tienes, cuándo te vas de vacaciones, cuándo te pones enfermo".
"Esas apps que nos bajamos y que nos piden permiso para un montón de cosas raras. ¿Para qué lo quieren? Para venderlo ¿Para qué querría Angry Birds acceso a tu GPS? Para ganar dinero".
"Nuestros teléfonos cada cinco minutos está diciendo "Estoy aquí", "Ahora estoy aquí". Esto no tiene precedentes".
"Cuando te dan una tarjeta de puntos, tú lo que estás haciendo es decirle a una empresa quién eres, dónde vives, cuánto ganas, cómo te lo gastas, qué comes, cuántos hijos tienes, cuándo te vas de vacaciones, cuándo te pones enfermo".
"Esas apps que nos bajamos y que nos piden permiso para un montón de cosas raras. ¿Para qué lo quieren? Para venderlo ¿Para qué querría Angry Birds acceso a tu GPS? Para ganar dinero".
¿Por qué me vigilan, si no soy nadie?
Es español, de mediana edad. Su despertador suena por primera vez a las ocho de la mañana pero se levanta con el de las ocho y media. Activa su teléfono móvil para revisar sus redes sociales. Primero Facebook, después Twitter y por último Instagram. Las luces de un servidor parpadean a kilómetros de su casa. Mientras revisa sus correos electrónicos en el portátil navega por Internet. Los algoritmos de Google –cuyo navegador es el más usado en el mundo– registran cada migaja de información en sus máquinas: qué páginas ha visto o leído y a qué hora exacta, dónde se encuentra el usuario. Ayer se ha jugado un partido de fútbol de esos claves y nuestro protagonista lee en su móvil los análisis de los medios deportivos durante su viaje en metro hacia el trabajo. Guarda algunos en la nube para leerlos más tarde.
Es español, de mediana edad. Su despertador suena por primera vez a las ocho de la mañana pero se levanta con el de las ocho y media. Activa su teléfono móvil para revisar sus redes sociales. Primero Facebook, después Twitter y por último Instagram. Las luces de un servidor parpadean a kilómetros de su casa. Mientras revisa sus correos electrónicos en el portátil navega por Internet. Los algoritmos de Google –cuyo navegador es el más usado en el mundo– registran cada migaja de información en sus máquinas: qué páginas ha visto o leído y a qué hora exacta, dónde se encuentra el usuario. Ayer se ha jugado un partido de fútbol de esos claves y nuestro protagonista lee en su móvil los análisis de los medios deportivos durante su viaje en metro hacia el trabajo. Guarda algunos en la nube para leerlos más tarde.
Mientras lo hace parece abstraerse del mundo, incluso puede llegar a pensar que es su momento de soledad, de tranquilidad, su momento… se equivoca. Ellos están ahí, miden cada uno de nuestros pasos gracias a nuestras propias acciones. Estar hiperconectados tiene sus consecuencias.
Subir una foto en Facebook. Responder a un tuit. Ir en el coche al trabajo. Comprar entradas para el cine mediante una aplicación. Así, sin pensarlo vamos dejando nuestra huella y con ayuda del GPS rastrean nuestra localización cada segundo. Lo saben todo porque los flujos de información van y vienen, invisibles por el aire, y quedan almacenados en cascadas de servidores. Sitios en los que se almacenan nuestros datos si que siquiera tomemos conciencia de ellos.
Esta es una realidad conocida por todos pero pareciera que nos empeñamos en pensar que el tema no va con nosotros. Esta es la advertencia que la periodista y escritora española Marta Peirano, jefa de Cultura y Tecnología de eldiario.es, lanzó en la edición del TEDxMadrid en 2015. Una visión que se mantiene cada vez más vigente acerca de lo expuestos que estamos los usuarios y nuestra manera de proporcionar sin ningún tipo de restricción nuestros datos personales.
No necesitamos ser famosos, políticos, deportistas o actores para que nuestros datos resulten de interés. Aunque nos sintamos seguros y resguardados por nuestro anonimato, esta condición no nos aleja del interés de las empresas. Para ellas no somos más que algoritmos que se van registrando periódicamente conforme nos movemos.
Sabemos que estamos vigilados, a través de nuestros móviles, ordenadores y cámaras. Pero no hacemos nada malo y por eso nos sentimos a salvo. No nos detenemos a pensar que nuestro perfil se puede convertir en cualquier momento en nuestros antecedentes. Para bien o no. Lo cierto es que no tomamos real conciencia de que la información es poder y estamos entregándosela a las empresas que se encuentran en la red y que manipulan, comercializan y se enriquecen con nuestra información personal.
Ellos lo niegan
Bien es cierto que los gigantes que hoy dominan el mundo, Facebook, Apple, Twitter y Google insisten en afirmar que sus compañías no venden a terceras partes la información personal del usuario, pero eso no es exactamente así. Disponen de esa información porque se la hemos dado gustosamente y a ciegas.
"Podemos indicar a un anunciante cuántos usuarios han visto sus anuncios o han instalado una aplicación después de ver un anuncio concreto. También podemos ofrecerles información demográfica general, como, por ejemplo, hombres de entre 25 y 34 años que viajan", asegura Anaïs Pérez Figueras, directora de comunicación de Google España y Portugal. En la era digital, insiste Figueras, "no estamos perdiendo la privacidad".
Bien es cierto que los gigantes que hoy dominan el mundo, Facebook, Apple, Twitter y Google insisten en afirmar que sus compañías no venden a terceras partes la información personal del usuario, pero eso no es exactamente así. Disponen de esa información porque se la hemos dado gustosamente y a ciegas.
"Podemos indicar a un anunciante cuántos usuarios han visto sus anuncios o han instalado una aplicación después de ver un anuncio concreto. También podemos ofrecerles información demográfica general, como, por ejemplo, hombres de entre 25 y 34 años que viajan", asegura Anaïs Pérez Figueras, directora de comunicación de Google España y Portugal. En la era digital, insiste Figueras, "no estamos perdiendo la privacidad".
Tarjetas de puntos, de socios, de clientes son los métodos más comunes para hacerse con nuestros datos. Los regalamos seducidos por las ofertas y promociones... beneficios mínimos. Obtener nuestra información personal no solo se da en la red, también en el cara a cara. Los hemos regalado a cambio de servicios que se presentan como gratuitos, pero que no lo son porque nuestros datos personales significan dinero. Podemos decir a ciencia cierta que los consumidores ordinarios hemos dejado de ser clientes para convertirnos en productos por la información que generamos. Cuanto más sepan de nosotros, más jugosos serán los beneficios en el mercado digital. Es por ello que no todo es cien por cien negativo. El problema radica en el mal uso y el engaño que hay detrás de la obtención de los mismos. Método que llevan adelante no solo empresas sino también entes gubernamentales que rozan muy de cerca la ilegalidad.
"Tenemos que poner cortinas en nuestras casas, no podemos esperar a que nos las pongan por fuera", acaba Marta Peirano. Nos vigilan, eso está claro y poco importa que no seamos nadie.
La Sexta Columna - Espiados
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