El gaditano Alfonso Rodríguez Naranjo y la sevillana María Díaz Megías firman "A dos metros de distancia"
Un hombre baila con una escoba y tiende sus calzoncillos. Y su vecina, que le mira desde la ventana de enfrente de su patinillo, se ríe. Él se da cuenta, se avergüenza, se esconde, pero decirle echarle cara y aparece un poco después vestido de esmoquin. Así arranca el cortometraje A dos metros de distancia y así arranca también la amistad entre dos personajes, con la cara desdibujada por una máscara, que estaban, hasta ese momento, absolutamente solos en medio del confinamiento forzoso del coronavirus.
A dos metros de distancia es obra del gaditano Alfonso Rodríguez Naranjo y la sevillana María Díaz Megías, que conviven en un mismo domicilio de Madrid. Los dos han sufrido el coronavirus. "A mí me ha dado más fuerte que a ella", relata Alfonso en una entrevista en Radio Cádiz, "debe de ser la cosa de la edad". Se ríen ya del virus porque lo han pasado y porque no les tocó demasiado fuerte para necesitar de hospital. Y se han reído del virus de la mejor que puede reírse de algo negativo un artista con talento: crear una obra de arte a partir de él.
"La idea surgió al descubrir unas máscaras que teníamos en casa y que usamos hace años", cuenta María. Se inventaron la historia y en apenas cuatro días la rodaron. "Lo más duro fue tener que hacerlo con los síntomas del virus"; añade ella. Lo colgaron en Youtube y empezaron a compartirlo en sus redes sociales y a enviárselo a sus amigos. Y la magia de Internet hizo su trabajo. Enseguida empezaron a llegar las felicitaciones, los elogios, los aplausos generalizados.
"Nosotros sabíamos que habíamos creado algo bonito. De hecho, alguna vez nos pillamos en casa con los ojos llorosos y nos decíamos: acabas de ver el corto, ¿verdad? Y era así. Pero no nos esperábamos tantas reacciones bonitas", explica María.
A dos metros de distancia no tiene diálogos. Avanza con una delicada banda sonora y el sonido del cordel del tendedero, clave en el desarrollo y conclusión de esta película. Los personajes con máscara no necesitan la expresión de sus caras para emocionar, una de las mayores grandezas de esta película. Sus rostros sin facciones universalizan una historia que conmueve porque evoca a tantos mayores (padres, abuelos...) que han tenido que pasar el confinamiento en medio de una brutal soledad. "Son los grandes olvidados", resume Alfonso a modo de justificación de su película.
Alfonso y María son actores y se enfrentan a la incertidumbre que esta pandemia ha llevado a su profesión. "Esta es una profesión en permanente crisis", admite María, "pero no me veo haciendo otra cosa". Alfonso tampoco se ve. Así que en medio de la fiebre, el miedo y los cientos de dudas han decidido hacer lo que mejor saben: interpretar, crear, emocionar. Así ha nacido esta historia, condensada en una película profundamente hermosa.
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